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Outubro 2023

Miss Merkel. El caso de la canciller jubilada de  David Safier

        Divertida noveliña en cuxa trama aparecen delirantes anécdotas da carreira política de Ángela Merkel que, retirada xa da vida pública, xunto ao seu marido Joachim Sauer (chamado por ela cariñosamente Achim), o gardacostas Mike e o can Putin, vive nunha pequena aldea da Alemaña rural en busca da tranquilidade perdida en 2005. Cando un incipiente aburrimento está a apoderarse dela e mentres tenta facer algunha amiga, é convidada a unha festa nun castelo da localidade. Ao seu termo, o anfitrión é atopado morto no interior dun alxube, só, coa porta pechada por dentro e sen ningunha outra saída ao exterior. Pronto, o comisario da localidade, afectado polo abandono da súa muller, declara o suicidio como causa da morte, algo do que Merkel discrepa e vendo niso unha magnífica oportunidade para distraer as súas monótonas horas de lecer, axudada por Achim e coas queixas e reticencias de Mike, comeza a facer preguntas e investigar aos invitados, converténdose nunha detective.

    Ángela se puso su americana preferida, roja, la misma que llevó a la final de la Copa Mundial de Fútbol de 2014. Achim, que ni siquiera sabía contra quién había ganado Alemania aquella vez, lucía su mejor y único traje. Se lo había comprado en 1997, cuando tuvo que acompañar a Ángela a una recepción oficial por primera vez, para poco después ver confirmada su hipótesis de que esos compromisos no le depararían muchas alegrías. Ambos estaban en el salón de su casa con entramado de madera que databa del año 1789. Tenía los techos bajos, contra cuyas vigas Mike Dos Metros se golpeaba la cabeza una media de 3,73 veces al día, según los cálculos de Achim. Ángela y su marido se habían instalado sin problemas en la casita y se habían quedado con algunos muebles del antiguo propietario: armarios del siglo XIX, una mesa de comedor rústica con sillas más rústicas aún y un sillón sumamente cómodo, del que Achim pensó que en él podría estudiar sus libros de física de partículas, si bien después hubo de constatar que Putin lo había elegido como lugar favorito para dormir. Mike, que se estaba zampando la tercera porción de la tarta de manzana que acababa de hacer Angela, profirió un suspiro y dijo:
    -Mañana tendré que volver a entrenar media hora más.
    -Cuánto lo siento -repuso Angela, aunque en realidad no le daba ninguna pena. Había incluso desarrollado un cierto placer diabólico en socavar la férrea autodisciplina del hombre. Al día siguiente le serviría la tarta con un montón de nata.
    Angela tapó el pastel mientras, en la cocina, abierta al salón, su marido llenaba el lavavajillas siguiendo un sistema ideado por él que Angela no cuestionaba. Por una parte, porque no tenía ganas de oír los cálculos que había efectuado Achim, según los cuales de ese modo se podía ahorrar uno de cada 12,7 lavados, pero sobre todo porque él estaba convencido de que era el único capaz de cargar de manera perfecta el lavavajillas y ella se había librado para siempre de ocuparse de dicha tarea, cosa que era de agradecer.
    -¿Quiere que vuelva a ofrecer lo que queda de la tarta a los sintecho del pueblo? -preguntó Mike
    -Claro.
    -Esos dos tipos han echado kilos a lo largo de las últimas semanas-comentó el guardaespaldas, divertido.
    Aunque no se le veía, Mike tenía un gran corazón. En la entrevista de trabajo, Angela se había decidido por él al enterarse de que estaba divorciado y tenía una hija pequeña en Kiel, a la que quería más que a nada en el mundo. Era diferente de los demás candidatos, que daban la impresión de ser capaces de matar a un cachorro sin pestañear si se lo ordenaban. Con esos tipos no quería tener nada que ver, ni ella ni Putin, que en ese instante estaba hecho un ovillo en su camita, al menos en la medida en que un carlino se podía aovillar. Cuando Putin por fin encontró la postura adecuada, en la habitación todos oyeron cómo se relajaba gratamente su intestino. Y por desgracia también lo olieron.
    -Creo que es la señal para irnos-comentó Ángela sonriendo.
    Mike y Achim asintieron al unisono. Los tres salieron de la casa, respiraron hondo y se pusieron en marcha. Con cada paso que daban en el adoquinado de la pequeña calle festoneada de casitas con entramado de madera, más le apetecía a Ángela conocer a los vecinos en la fiesta. Sin duda eso la ayudaría a sentirse como en casa, y cuanto antes se sintiera como en casa, antes lograría acallar a la pequeña parte de ella que ansiaba volver a Berlín y cuya existencia ocultaba a Achim. (pp 27-29)

Data: 
Sáb, 30/09/2023 - 06:27


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