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Outubro 22

La biblioteca de los libros vacíos de Jordi Sierra i Fabra


    Novela curta que mestura fantasía e realidade.
    A biblioteca dun pobo tranquilo pechou hai un ano, alí quedaron os libros recluídos, abandonados sen ninguén que lles dea vida, lentamente van morrendo; as letras que forman as palabras van caendo, abandonado os libros, deixándoos baleiros. O libro é o corpo, as palabras son a alma do libro. Tadeo o xefe e único empregado da estación de tren é o primeiro que se tropeza coas letras pola noite, o alcalde será o segundo en coñecelo, Tadeo esa mesma noite corre veloz a notificarllo, todo o pobo é convocado para falar do problema. A pequena Margarita será a que poñerá en marcha un plan para facer revivir os libros...
    
    Entró en la placita de San Casiano. Vivía al otro lado de la Plaza Mayor, así que ya estaba  cerca. Ni siquiera miró a su derecha, en dirección a la oscura biblioteca municipal. Por allí apenas si había luz. La atravesó por el mismo centro y fue entonces cuando, de pronto, su pie pisó algo.
    Estuvo a punto de resbalar.
    –¿Pero qué…? –rezongó Tadeo.
    Bajó los ojos al suelo sin ver nada.
    Levantó su pie para mirarse la suela del zapato.
    Y la encontró allí, pegada, diminuta aunque brillante.
    Una letra.
    Para ser más exactos, una A mayúscula.
    Tadeo abrió unos ojos como platos. No entendía nada. Pisar una letra era lo más extraño y absurdo que jamás hubiese hecho en la vida. ¿Qué estaba haciendo allí una letra, en mitad de la placita de San Casiano? Las letras no se caían como las hojas de los árboles. Las letras formaban parte de los libros y…
    Los libros.
    Tadeo giró la cabeza a la derecha, en dirección a la biblioteca municipal. Llevaba cerrada  un año, justo desde la jubilación de la señorita Virtudes, la bibliotecaria.
    Se acercó a ella, con la letra en la mano.
    A los tres pasos vio en el suelo una eme minúscula, y un poco más allá, una zeta.
    Las recogió. Eran de tipografías distintas, pero eran letras al fin y al cabo.
    –Esto es la mar de raro –dijo Tadeo en voz alta.
    No tenía la llave de la biblioteca, por supuesto, pero se acercó a la puerta igualmente, más y más perplejo. Las letras parecían provenir de allí. Justo en los tres escalones vio media docena más. Ya ni las recogió, aunque una era enorme, dorada y de carácter antiguo. Entre el último escalón y la puerta el viento estaba jugando con otro puñado, arremolinándolas. Lo comprendió al momento.
    Por debajo de la puerta de la biblioteca asomaban más puñados de letras, decenas, quizás centenas, millares.
    Letras y más letras.
    Tadeo nunca había visto nada igual.
    Por ese motivo, asustado, con el sueño y la pereza hurtados de su ánimo, echó a correr como alma que lleva el diablo hacia la casa de Benjamín, que además de su amigo era el alcalde del pueblo.
    Aquello necesitaba la presencia de la máxima autoridad.



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