De la montaña al llano

DE LA MONTAÑA AL LLANO
(En la mística Parderrubias)

….Arturo Gallego*, un culto amigo mío, me invitó a visitar un
trozo del país que aun no conozco (…)¿Quién es Arturo Gallego?
Es el maestro nacional de Parderrubias.

…marcho hacia Parderrubias (…)

Para ir a Parderrubias, como a Roma -que en esto de que por todas
partes a ellos se va todos los pueblos se parecen- tenéis varios
caminos. El más cómodo es el que empieza en la villa de Porriño
concluye, once km después, en la de Salceda de Caselas. Es una
nueva y llana carretera. Un carruaje recibe vuestros huesos y sin
movimiento muy sensible, los deja a diez minutos de la pintoresca
Parderrubias. Un camino que a veces sombrean los pinares y otras
los pétreos cercos de las rocas y que es liso y llano casi siempre, os
lleva a la aldea. No sudáis, no sentís la fatiga, no conocéis el
cansancio, no os invade el aburrimiento, no tenéis que maldecir de
vuestra mala sombra o de vuestro mal calzado sobre las guijas de
la senda o en la prisión del carricoche.

Ya supondréis que un camino tan fácil, tan sin algo de emoción no
podía ser el mío. Ortiz Novo me había escrito hablando de los
tremendos montes y de las alpinas rutas y esto bastó para que yo
pensara con fruición en la corredora colgada, como un nido de
milanos, en la crestería de las sierras.

Y convinimos ir a pie hasta Parderrubias dejando el tren en la
estación de Guillarey. Ya en marcha pregunté cuántos km habría.
Fabián se rascó la cabeza. Se apoderó de mi gabán y de mi
máquina fotográfica. Volvió a rascarse la cabeza.

- Pues poderá haber como unos tres kilómetros.

Guillarey empezó a quedar debajo de nosotros. El llano se
ensancho delante de nuestros ojos. Tuy y Valenza surgieron, sobre
dos altozanos, en el confín de la llanura. En lo alto de San Julián
brilló el alto muro de los jardines que rodean el campo de la
ermita. Y a lo lejos,, apareció, morada difusa, la inconfundible
silueta de Santa Tecla. Adivinamos las piedras y los baluartes, y
los pasadizos, y las almenas romanas y las conchas ibéricas de la
citania prehistórica, y entre ellos, y entre ellos a unos cuántos
sabios discutiendo si fue Abóbriga…. He querido subir para
dominar en toda su extensión la faz de la llanura. Tomamos una
senda montaraz. Toda la gándara se ofrece delante de nuestros
ojos, cerrada, a lo lejos, por las montañas portuguesas; oteada, más
de cerca por la mole hosca y hierática -El centinela milenario de
piedra- del Faro de Budiño. Quise subir más todavía. Los poblados
se empequeñecieron a la par que se dilataba la llanura. Las colinas
se fundieron con la tierra. Los altozanos se aplastaron (…)

Estaba clara, alegre, límpida, la mañana. El sol primaveral llenaba
de extremo a extremo, la diafanidad del cielo. Los campos
mostraban un verde de gala, un verde jocundo, glauco. La luz hacía
brillar los cristales de las aldeas y las flechas en las espadañas. Las
mismas rocas, los mismos ingentes monolitos de las cumbres,
relucían entre las motas blancas de los retamales y el oro de las
flores del tojo de las alturas.

Hemos dejado la espereza del monte y nos hemos internado bajo la
fronda de los pinares. Sus copas pintan y arrullan los alrededores
de Parderrubias. Las sendas montaraces serpean entre los troncos.
De cuando en cuando se interna entre el bosque y aparece una casa
aldeana que tiene un maizal al lado y una parra delante. Unos
polluelos pían junto a la puerta. En el quicio dormita una vieja.
Una moza canta junto al brocal de un pozo. Las flores blancas y las
flores moradas tachonan las ramas de unos frutales. Un gallo canta.
Vuelven el bosque y la serpenteante senda. Y reaparecen las
casitas aldeanas, como escondidas, ruborosas, de que las vea
demasiado la luz, en la mansa vertiente de la montaña.

Más abajo está la gigante “chan”, el llano maizales. El llano
sembrado de viñas y de maizales. Y corren por el, recios cierres de
las heredades. Son todos de piedra; son todos de postes de granito
estrechamente unidos, sin paletada de cal en las juntas. Es esto
algo característico de esta llanura, sobre la cual trituraron los
enormes monolitos de las montañas próximas. El muro de
piedrecillas superpuestas, de menudos cantos, de cal y cascote, no
existe sobre la “chan “fecunda. Las murallas son columnatas, Las
divisiones son hitos tan próximos entre sí que de lejos semejan una
sola enorme colina pétrea.

Es muy dulce, muy sensual, mística pudiera decirse, esta campiña
del llano. Todo es de color suave, de verdes claros salpicados de
flores diminutas, a lo largo de las lisas huertas. Todo es silencio,
mansa tranquilidad, bajo el luminoso cielo. Hasta el sol, silente,
parece que no quiere herirme con sus dardos de oro. Una tenue
brisa amortigua sus ardores. Creyérase que todo duerme bajo el
cobalto del cielo claro, que parece también una inmensa pupila de
mujer dormitando, embebida en la contemplación de un paisaje
amado.

Hemos llegado al límite del bosque, donde se acaban las vertientes,
y Fabián se ha creído en el caso de usar de la palabra.

- Ahora le entramos en Parderrubias.

- Ahora le entremos en la parroquia pero hay que andar un Km
todavía.

Unos montes que están delante de mí, que hemos de flanquear
antes de rendir el viaje, me dicen que son un faro. Los montes son
“faros” en el valle de Salceda, como son “cotos” en la Arnoya.
Seguramente en los unos y los otros estuvo el castro romano. El
Faro de Budiño fue el guardián de la gándara. El de Entienza que
es el que vamos a flanquear, debió tener puestos en el Miño los
ojos de sus centinelas. De allí arranca el alma del pueblo, la poesía
de sus leyendas. En una de esas crestas esta a “Pena do Pombo”.
En ella hay un antro encantado, lleno de riquezas fantásticas, al
cual llegará quien acierte a encontrar el postigo de oro. Yo recojo
esta belleza, flotante en el acervo de la remembranza popular pero
no inquiero hacia dónde cae el faro de la Entienza. Lo tengo
delante de los ojos y no se ni me importa, saber si es hacia el
oriente o hacia el poniente. No se lo pregunto a Fabián, que no
quiero distraerme del saboreo del paisaje, y el sol, en el cénit,
donde no es un índice, no me dice nada. Callamos los dos para
gozar del momento místico sobre la tierra mística.

En lo alto de los montes, yo he visto a Ortiz Novo desplegar un
papel y laborar con la estilográfica. De aquello debió salir un
piano.

Allí Tuy, allí Valenza, allí Guillarey. Detrás de un altozano el
Castillo de Salvatierra, Arbo, más arriba y, en el río, la espuma de
las presas. Portugal erguido como un macizo de montañas.

Adivinadas, las alturas de Cortegada. Muy lejos, los montes
orensanos. Tal vez los Alpes Gallegos. El corte de las sierras por la
hoz argéntea del sol. Las filigranas del monasterio de San Esteban
colgadas sobre el abismo.

Yo veo esto. Yo me dejo sugestionar por esto, pero no quiero saber
si está a la derecha o si está a la izquierda, al norte o al sur, por
donde aparece el sol envuelto en un manto de oro, o por donde se
aleja de este bello horizonte bañado en lágrimas de fuego.
Yo llego a la cumbre, tiendo la mirada, antes de que envejezca la
emoción dentro de mi alma, atento nada más a que se continúe y se
agigante y cobre de nuevo vida y florezca sacudida por el aleteo
del ensueño. Sólo así la poesía nos lleva hacia lo infinito. Sit itut
ad astra.

Cerca de la iglesia parroquial- sin arte y sin historia- hay una
plazoleta en Parderrubias. En la plazoleta una cruz. Al respaldo de
la cruz, la hornacina de unas ánimas. Frente a las ánimas, una
moderna casa, alegre y blanca. En la casa, la escuelita. Sobre la
escuelita, las habitaciones del maestro. (…)

Volvíme hacia los campos del valle de Salceda y escudriñé en la
lejanía. Allí debían estar los pazos centenarios: El castillo feudal
del señor de la Picoña; el palacete gentil de los Aballe; la casona
de los Sotomayor.

Jaime Sola Mestre (Vigo, 1874-1940)
(Revista Vida Gallega, ano 1921, exemplares 172/173)

*Arturo Gallego Cruces: mestre de Parderrubias e Alcalde de Salceda a
principios do século XX

Extraído do libro Manuel Pérez y Pérez “Un salcedense no esquecemento”
de Xesús Presa Vaqueiro, ed. Cardeñoso, Vigo 2009

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